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13 jul 2009

MI ABUELA - SIEMPRE EN MI CORAZÓN


Parece que la estoy viendo, con su pañuelo negro cubriendo parte de una gran mata de cabello blanco como la nieve, su bata de percal a topos negros y blancos y un brillante delantal así mismo negro, caminando con paso rápido por una larga y algo pendiente carretera, tirando de una especie de patinete cuadrado, llamado “goitibera” sobre el que iba un cesto repleto de verduras y frutas, que todos los días recogía de una huerta de su propiedad, cercana a la casa y que ella sola se encargaba de cuidar.Tendría por aquel entonces no más de 60 años, pero aparentaba muchos más, aunque solo en su forma externa, pues tenía la fuerza y la vitalidad de una mujer más joven. Había parido 11 hijos, de los que uno había muerto a la edad de 2 años y el resto se habían criados sanos y rollizos, a pesar de la penuria en que habían vivido.
Su marido, mi abuelo, zapatero remendón, se encargaba, además de a su oficio, de llevar las vacas que tenían a pastar y de segar la hierba, alimento para éstas en la época de invierno cuando no podían salir al campo. El cuidado de los hijos, como de la casa y la huerta, era todo a cargo de mi abuela, que además siempre estaba ocupada haciendo unas veces mermelada, con la fruta que recogía, y otras una especie de pan llamado “talo” que hacía con la harina del maíz que  había molido. Con todo eso, mas el dinero del arreglo del calzado y de la leche que vendían, la huerta, los árboles frutales, algunas gallinas y un cerdo que solían matar todos los años, iban viviendo y al menos alimento no les faltaba.

Así fueron pasando los años, años malos y años menos malos, con un incendio que les dejo sin casa, con una guerra por medio, y los hijos que poco a poco se fueron independizando y formando su propio hogar. Cada hijo se busco la vida como pudo y como suele ocurrir cuando no hay recursos y las cosas no son fáciles, se agudiza el ingenio y cada hijo lucho por labrarse un porvenir y lo consiguió, con lo cual la vida de mis abuelos pasó a ser más cómoda y con menos penurias.

Mi madre era la segunda de los once hijos y yo fui la primera nieta de una larga lista de nietos. Por ser la primera, siempre fui la favorita de mi abuela, aunque quizá no fue esa la única razón sino que además, el hecho de que los primeros años de mi infancia los pasara con ella en el pueblo, hizo que, aunque quería mucho a todos sus nietos, tuviera una especial predilección por mi y yo me sintiera muy unida a ella, tanto así, que aquella época de mi vida me marcó y hoy día, a pesar del tiempo transcurrido, sigo unida a los recuerdos y las vivencias de aquellos hermosos años, al lado de mi abuela.

En verano, durante las vacaciones, me gustaba mucho ir con mi abuela a la huerta y ayudarla en la recogida de frutas y verduras. Solíamos salir muy temprano, cuando el sol aún estaba flojo y pasábamos la mañana en la huerta. Mi abuela, con ramas y tablas, había hecho una especie de cobijo, para protegernos del sol y la lluvia y solíamos refugiarnos allí a descansar un rato mientras comíamos alguna fruta de la misma huerta. A veces llevaba la comida y pasábamos allí todo el día y cuando ya el sol caía volvíamos a la casa con el cesto repleto. En esta época, ya mis abuelos vivían solo con dos hijas (mis tías) que además de aportar un dinero pues trabajaban de peluqueras, eran ellas las encargadas de llevar la casa, lo que le daba a mi abuela un respiro y además podía emplear su tiempo en lo que le gustaba, la huerta, pero ya como afición no como obligación.

Tengo un recuerdo entrañable de aquella época y podría seguir contando muchas cosas más, pero entiendo que me extendería demasiado y también entiendo que este relato no es nada extraordinario, es un relato más, como habrá tantos, pero para mi es algo que llevo muy dentro, por una parte porque quería mucho a mi abuela, había una conexión muy especial ente las dos y escribir estas líneas sobre ella me resulta muy gratificante y por otra parte porque, de esta forma, es como si le hiciera un pequeño homenaje, que creo además merecido, pues fue una mujer, como tantas que hay ignoradas, que solo se dedicó a trabajar y cuidar de sus hijos, sin pensar para nada en ella. Supongo que tendría sueños y deseos, como todo el mundo, pero renuncio a ellos por su familia y su única diversión eran las partidas de cartas con las vecinas, en las tardes del  invierno, al  calor de los  fogones y las  veladas con mi abuelo  en las noches de verano, en el banco de piedra de la entrada, tomando la fresca y conversando sobre los avatares del día.

Esa fue toda su vida, pero estoy segura que fue feliz, era una mujer alegre y entusiasta y muy amante de los suyos. Murió con 73 años, hoy día joven aún, pero dejó su semilla que creció y floreció y su recuerdo perdurará siempre en el corazón de todos los que la queremos y existimos gracias a que ella existió.

Siempre en mi corazón abuelita



2 comentarios:

  1. Un relato encantador que me ha transportado a mi niñez al recordar vivencias muy parecidas

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  2. Roncesvalle (Pepe)27 de octubre de 2009, 1:33

    Tierno relato de una niñez,por lo que se despende del mismo, llena de bellos recurdos Me ha gustado mucho

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