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22 nov 2015

CARTA A BLACKY


Hoy hace un mes querido Blacky que te fuiste y aún te lloro. No quiero recordarte con tristeza sino con la alegría de haber disfrutado de ti 16 años, con la alegría de haber tenido a mi lado alguien tan noble, tan tierno y  tan cariñoso, alguien que nos ha hecho tanta compañía y con quien hemos compartido tan buenos momentos pero te echo tanto en falta que todo me recuerda a ti, y a veces incluso me  parece que estas a mi  lado o creo escuchar el ruido de tus pasitos por la casa y al darme cuenta que sólo es mi imaginación y el deseo de tenerte conmigo, pero que eso ya nunca podrá ser, se me encoge el corazón y no puedo evitar el llanto.

Escasamente un mes tenías cuando llegaste a nuestra vida  y desde el primer momento te sentimos ya parte de ella.  Eras una bolita pequeña, peluda y negra, con unos ojos que brillaban como dos estrellas. Unos ojos que, al cabo del tiempo, sabíamos entender lo que con ellos nos decías. No hablabas, pero no  hacía falta, tus ojos lo decían todo y tú también nos entendías. Detectabas nuestros estados de ánimo y te alegrabas cuando nos veías contentos y te entristecías cuando nos veías preocupados o tristes. En esos momentos no te separabas de nuestro lado tratando, a tu manera, de consolarnos. Te aseguro, cariño mío, que lo conseguías.

Pero eso ya nunca podrá volver a ser. Nunca más pequeño mío pasearemos juntos por el parque, ni jugaremos con la pelotita que tanto te gustaba morder, ni podré cogerte en brazos para darte mimos como si fueras un bebé, ni sentir la ternura que me daba verte acurrucado en tu camita mirándome con dulzura y con la tranquilidad  de saberse protegido y  muy querido.  Por ello, mi pequeñín, aunque no quiero llorar, las lágrimas se me escapan sin poderlo remediar.

Ahora sólo me queda tu recuerdo, que nunca jamás de mi se irá y una bella cajita de madera con tu nombre y tus cenizas. Aunque tu alma esté ahora en ese cielo que seguro había para ti, no quería que ese pequeño cuerpo tuyo tan querido, y que tantas veces tuve entre mis brazos, fuera a parar a cualquier vertedero, como si de un perro sin dueño se tratará.  Por eso pedí tus cenizas, que en un principio pensaba tirar al mar, a ese mar de la playa por la que tantas veces corrías  conmigo, dando pequeños ladridos de alegría, pero hasta eso me duele, vida mía, y no lo voy a hacer. No quiero que te vayas del todo, aunque en realidad no lo has hecho, porque siempre te llevaré en los recuerdos y en mi corazón.

Mas no debo estar triste, hemos sido felices juntos y con eso es con lo que me he de quedar. Además estoy segura que ahora estarás en algún sitio maravilloso, corriendo y saltando muy contento y jugando con otros perritos, sano y fuerte, como cuando eras joven, sin que te duela ya nada,  y confío en que algún día nos volveremos a encontrar y hasta que llegue ese momento intentaré recordarte con alegría, sin lágrimas, sabiendo que fuiste muy dichoso a nuestro lado y nosotros también lo fuimos contigo.

Sé que con el paso del tiempo el dolor se suavizará pero, todavía, mi pequeño y querido perrito, me duele tanto tu ausencia …


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