Con luces irisadas y
serenas
la tarde adormecía
perezosa,
bajo un cielo color añil y
rosa
junto a suaves aromas de
azucenas.
El viento entre las ramas
retozaba
glosando la más dulce
melodía,
que a un alma inflamada de
poesía
al reino del Olimpo
transportaba.
Y el grito penetrante de
la vida
surgía en un acorde
fascinado
de un pecho con el alma florecida,
un alma que brillaba
seducida
por un cielo color tornasolado,
soñando ser de dioses la elegida.
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