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30 oct 2021

EL GRITO



De niña me encantaba estar en el pueblo de mis abuelos. Esperaba con ansia las vacaciones del colegio para ir a reencontrarme con mis amigas y ver a mi amor platónico, pero había una fecha en la que hubiera preferido no ir. Era el día de todos los santos.

Por aquella época, los cementerios me impresionaban mucho aunque también me producían un cierto morbo debido, sobre todo, a las historias de misterio que, en los pueblos, suele haber alrededor de los mismos. Sin embargo ahora, de adulta, me transmiten serenidad y me gusta pasear por ellos contemplando sus tumbas, algunas muy hermosas y pensando que es un buen lugar para dormir el sueño eterno. No es un pensamiento tétrico, al menos yo no lo siento así. Es más bien un sentir nostálgico por los que ya no están, pero a la vez de paz y esperanza.

Bueno pues ese día que tanto me inquietaba había llegado y, como todos los años, nos habíamos reunido en el pueblo varios familiares, entre los que se encontraban mis padres y abuelos, para hacer la tradicional visita al cementerio, llevando flores a nuestros muertos y asistir a la misa que, en el mismo cementerio, se oficiaba por todos los que allí reposaban.

Como era de esperar el cementerio estaba repleto de gente, depositando flores en las tumbas, y a la espera de que se celebrara la misa. Nosotros también pusimos flores a nuestros difuntos y yo influenciada por el ambiente cogí unas flores amarillas, de esas que crecen en el campo y que, en el lenguaje popular, se las llama “meacamas” y las deposité sobre la tumba quedándome, a la vez, con un par de ellas, que me coloque en las roscas trenzadas que llevaba a cada lado de la cabeza, peinado propio de aquellos años y que a mi madre le gustaba mucho hacerme.

Llegó el momento de la misa y todos se pusieron ya en situación para seguirla con gran recogimiento. Yo, al lado de mi madre, no paraba de moverme. Me sentía inquieta y no dejaba de mirar hacia todos los lados, como esperando que, de alguna tumba, saliera un muerto viviente. Tenía sentimientos contradictorios pues a pesar del miedo que me producían los cementerios, me encantaban las historias truculentas de fantasmas pululando sobre las tumbas y creo que, en el fondo, aunque fuera muy en el fondo, deseaba que saliera alguno. Mi imaginación, que por aquellos años estaba desbordada, podía llevarme, en cualquier momento, a situaciones inverosímiles y variopintas.

Habíamos llegado al sermón, y me estaba aburriendo de manera soberana. Aquello no tenía emoción. Ningún gemido extraño, ninguna sombra moviéndose, nada de nada. De pronto mi atención se centró en una avispa que, tal vez atraída por las flores que llevaba yo en el pelo, venía arrebatada hacía mí y empezó a revolotear por encima de mi cabeza con un zumbido estridente. Yo trataba de esquivarla como podía, procurado no llamar la atención, sobre todo la de mi madre que no dejaba de echarme miradas furibundas al ver que no paraba de moverme.

La avispa cada vez más alocada seguía dando vueltas sobre mi cabeza con su chirriante zumbido y a mí que la imaginación me volaba a la misma velocidad, me dio por pensar que si la susodicha no sería el espíritu de algún muerto que venía a castigarme, por mi falta de devoción y respeto a un acto tan emotivo.

Por fin, se cansó de dar vueltas y se posó sobre una de mis roscas trenzadas pero con tan mala fortuna que quedó enganchada entre el pelo. Se esforzaba en escapar y en su lucha por conseguirlo más se enredaba en la trenza y su estridente zumbido se hacía cada vez más fuerte, algo que me alteraba en extremo,  pues al estar tan cerca de mi oído lo escuchaba con una intensidad insoportable lo que hizo que me pusiera a dar manotazos en mi cabeza como una posesa, buscando librarme de ella.

No había duda, aquello no podía ser una avispa normal. Por desgracia yo tenía mucha atracción (o quizá todo lo contrario) para las avispas, pues no era la primera vez que me atacaba una, pero nunca de forma tan virulenta y con tanta insistencia.

Me auto convencí de que la avispa era el fantasma de un muerto y entré en pánico. Me deshice las trenzas y empecé a sacudirme el cabello de forma compulsiva, tratando de echarla fuera. La avispa al verse atacada se defendió clavándome el aguijón en la oreja, momento en el que yo, al sentir el punzante dolor, desahogué el miedo que tenía, pegando tal alarido que el cura, que estaba entregado al sermón, se paró en seco y la gente espantada volvió la cabeza para ver de dónde salía aquel espeluznante sonido. La imagen que vieron no les debió resultar muy tranquilizadora. Una niña alocada y desmelenada, con todo el pelo revuelto, dando saltos y pegándose manotazos en la cabeza. Quizá pensaron que estaba poseída o tenía un ataque de locura. Hasta tal punto debió ser inquietante mi actitud, que unos niños que estaban a mi lado, huyeron despavoridos y su madre tuvo que correr tras ellos sorteando como pudo las tumbas.

Mi madre pálida por el susto y muy avergonzada, sin peguntarme siquiera a que se debía mi locura, me cogió del brazo y me sacó a toda prisa de allí, mientras con voz tenue, para que no la oyeran, iba diciendo –lo tuyo hija no tiene arreglo, en todos los sitios tienes que dar la nota.

Para entonces la avista ya había desaparecido, aunque no sé si había conseguido escapar o era un inquilino más del cementerio.

Ni que decir tiene que el incidente fue la comidilla del pueblo durante varios días y eso sin contar la que me cayó a mí por ser la protagonista de dicho incidente.



14 oct 2021

Y PERSEGUÍA - Surrealista

 

Y perseguía su sombra que nacía
Con extraño pudor eclosionado
Proyectando retazos de agonía
En rostros de un vacío prolongado

Cancerberos secretos en el alma
Aguardaban el desfile de lamentos
Ahorcando pasadizos en calma
Con perpetuos y voraces filamentos

Y perseguía el sueño equivocado
Con profundos silencios redentores
Ocupando el espacio derrotado
Con fanáticos y estúpidos censores

Apartando el cáliz profanado
El ángel de la muerte se acercaba
Y con ritos y conjuros exiliados
De verdugos fermentados se libraba

Y perseguía la voz que requería
El abrazo alargado de las noches
Mas buscando siluetas de armonía
Los ojos con cenizas se cubría
Y danzaba al compas de los fantoches

 

8 oct 2021

UN SONETO


Voy buscando en mis sueños un latido
Que me acerque sin penar a tu recuerdo
Liberando un sentir en desacuerdo
Con un duelo entre afanes confundido

En mares turbulentos de amargura
Naufragan arrastrados por los vientos
Memorias que sostienen los cimientos
De un pecho con temblores de locura

Por caminos de apegos desguazados
Y a lomos de una estúpida conciencia
Cabalgan sentimientos devastados
Reclamando al corazón la clemencia
Un corazón de llantos refrenados
Y al que ya le han firmado su sentencia