Era una mañana de viento, fría y lluviosa, ¿ digo lluviosa?
aquello parecía mas bien el diluvio de la biblia que volvía de nuevo.
Al igual que todos los días, regresaba del mercado, llevando en una mano el
paraguas y en la otra el carro de la compra, que a pesar de tener ruedas, como
iba repleto , lo arrastraba con esfuerzo.
Aunque iba bien pertrechada, la ventisca era tan fuerte, que el paraguas
zarandeaba y yo caminaba helada y hasta los huesos calada. De pronto, en una
esquina de la calle, me topo con una rata toda remojada, que buscaba
resguardarse de la lluvia, tratando de entrar, sin conseguirlo, por un
minúsculo agujero que había en la pared de un local abandonado. Al verla pegué
un respingo, pero no sé por qué razón, ni con qué intención, me pare a
contemplarla. Ella se percató de mi presencia y se quedó quieta mirándome.
Estuvimos unos instantes así mirándonos las dos y una extraña sensación me vino
de repente.
Al verla allí parada, toda remojada y mirándome con sus ojitos, que yo
interpreté de miedo, me pareció tan indefensa y asustada que sentí ternura por
ella, como si fuera un gatito que reclamara mi ayuda. Sentimientos enfrentados
se agitaban dentro de mi. Mi mente la repudiaba, era una alimaña repugnante y
peligrosa, pero mi corazón me decía que era un animal indefenso y asustado
tratando de escapar del aguacero y a mi me inspiraba ternura, ¡que barbaridad!
Una repugnante rata me había hecho estremecer, pero no de miedo, que hubiera
sido lo natural, sino de pena. ¡Qué locura!
La razón se impuso al corazón y por fin me fui de allí pero mientras me
alejaba, seguía mirando a la rata, que tampoco dejaba de observarme, hasta que
la perdí de vista.
Cuando llegue a casa, me puse a contar la odisea a mi familia y al llegar al
punto de la ternura fue tal la expresión que vi en sus caras, que sentí un
escalofrío por la espalda y me callé de golpe. Me miraban como quien mira a un
loco, seguro que pensaron que había perdido un tornillo o tenía una tuerca del
revés. Sin más comentario, di media vuelta y me dediqué a guardar la compra. No
volví a mentar para nada a la “pobre rata asustada y remojada”, mejor que
olvidaran el incidente, no fuera ser que me pusieran la camisa de fuerza.